Por: Elio Montiel C.
Director y Coreógrafo Residente
Compañía de Danza Contemporánea Danzart
Para
muchos vivir de la danza puede sonar como una frase irónica lanzada al viento
por quien sin saber, no ha sentido vibrar la totalidad de su vida en tan sólo
un breve instante. Más allá de la
crítica conocedora o la soberbia de sus ejecutantes, el despliegue técnico o la
singularidad de una pieza musical o puesta en escena, existe un universo que alimenta con estrecha
cercanía la vida de quienes en el tiempo se han dejado poseer por la magia y
muchas veces locura de la danza.
Vivir
de la Danza es entender cómo personajes míticos, que bailan en la insondable
memoria de los tiempos, aquellos nombres de dioses de la euforia que bien
académica o de audacia expresiva,
dejaron para la humanidad el hechizo de la danza como el legado más cercano a
la naturaleza de los seres humanos, esa que habla del hombre como universo
mismo, sin pretensiones egocéntricas, sino como la maravilla de una supuesta creación
que partió del movimiento… ¡de una danza nacida del estallido de estrellas! que
se conserva airosa en la integridad de nuestros saberes ocultos y la
consciencia misma del valor de nuestra identidad una y mil veces arrojada al
vacio de la interpretación de su valor y al reduccionismo incontrolable de una
pureza pretendida y supuestamente rescatada de una vorágine que la niega y la
esclaviza.
Es
en ese momento cuando la danza se
revela, para convertirse en la posibilidad que tiene el ser humano de simbolizar
el arte del todo y convertirlo en movimiento, comunicarlo y hacerlo expresión, desnudar
su dialogo interior e infinito, ese que
trasciende tiempo y espacio para hacer sostener el aliento gravitado de una
burbuja de emoción en el sublime espacio de quien mira absorto el estallido de
una galaxia de sensaciones.
La
danza es el origen de todo, es el ritual de creación más augusto, pues es en sí
creación, omnipresencia, principio y final, nada más puede existir sin ella,
pues todo comienza con ella y en ella y de igual manera fenece para recomenzar
el ciclo de la vida. La danza recoge de la cotidianidad la sabiduría de los siglos
y los materializa para que pueda ser reconocida su universalidad, su ancestral
posesión sobre todo lo creado y la matriz de la existencia humana.
Colocada
en el escenario como su espacio definitivo, generó la insólita creencia de que
sólo habita en ese espacio distintivo, haciendo suponer la pérdida de su
sacralidad, sinembargo, al ser ella misma vida, creación, matriz y principio no
tiene fronteras… la vemos deambular en el viento, en una hoja que cae, en la
palabra y el grito, el trazo de un pincel o simplemente en el distante pulsar
de las estrellas…
Y
eso, es vivir de la Danza
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