Elio Montiel
Director y Coreógrafo
Compañía de Danza Contemporánea Danzart
En
toda disciplina artística debe existir para su permanencia en el tiempo tres
importantes columnas: investigación, formación y espacios adecuados para su
desarrollo. Como ingredientes esenciales a esta combinación deben estar acompañadas
de políticas públicas que permitan la continuidad del hacer creativo, la
producción y la estabilidad de los creadores, además de una buena dosis de
gerencia cultural, curaduría,
arriesgados productores, un centro de documentación de la historia y el
quehacer artístico de cada disciplinas,
de verdaderos conocedores del trabajo, sensibles al quehacer artístico y
a la memoria de la cultura a fin de consolidar el hecho cultural sin
limitaciones o imposiciones.
Pero
para que todo esto suceda debe definitivamente existir la formación e
investigación como ejes principales de toda la actividad artística, como una
cadena de hechos responsables de quienes han dedicado la vida al trabajo
creador y de quienes se involucran en ella. El “hecho cultural” es una cadena
de sucesos que se entrelazan y que tienen como depositarios a los individuos en
todo el universo de expresiones de la vida, con una profunda carga de
transformación de las raíces del ser, negarlo es sencillamente dejar al
individuo en la ignorancia.
En
lo que respecta a la danza, se hace absolutamente necesario entender que la
formación es un asunto clave para aquellos que ven más allá de una simple
actividad que recrea en los escenarios, a desconocidos que llenan los teatros o
espacios convencionales o no, en la creencia que quienes abordan esta
disciplina no hacen grandes esfuerzos. Por el contrario, es en el hecho de
esconder la dificultad, tras la sutileza y ligereza del movimiento, lo que hace
a la danza, el maravilloso arte que es.
La
danza, sin formación no pasa de ser la cotidianidad y aunque es de allí desde
donde el artista creador, llámese, coreógrafo, pintor, escultor, maestro de
danza o investigador de la danza, extrae sabiamente sus excelsos contenidos y
obras manifiestas. Es la comprensión de la corporeidad humana, es decir la
unicidad entre el músculo y la mente, lo que convierte a la danza que conocemos
en un código estético capaz de desentrañar la interioridad del ser. Esto a
saber, no se logra desde la improvisación o el simple deseo de lograr moverse
con determinado grado de plasticidad o sentido del espacio, ni debe ser
confundido con la autodidactica ya que ésta exige del individuo un juicio
crítico de los conocimientos adquiridos y por adquirir, es decir, el resultado
de un proceso de reflexión, y dicho sea de paso, en el que muchas veces se
acomodan y se apoyan los desconocedores. Quien desea bailar puede hacerlo, sin ninguna
dificultad, bailan las hojas movidas por el viento, bailan los árboles, los ríos,
las aves, el principio de la vida es en sí movimiento, el universo es danza… sin
embargo, quien desea bailar utilizando códigos universales de la estética
danzaria debe, indefectiblemente capitalizar la formación entre sus objetivos.
En
otro orden de ideas, la danza sin investigación y formación sustrae los valores
de identidad de un colectivo y la asoma al borde de otros valores que no le son
propios. Sin duda, el proceso globalizador natural de las artes, aclarando que,
“no existe arte sin universalidad”, en su aspecto más positivo y desde una
perspectiva antropológica, ha permitido el sabio crecimiento de las artes y la
integración de saberes comunes a toda la humanidad, pero sin el apoyo de la
investigación no ha sido otra cosa que una mera imitación de la dinámica de
otras culturas, otras vivencias y problemáticas, porque la danza al igual que
otras artes mayores es y será el códice con el que se expresa la cultura de
cada colectivo o sociedad.
En
este sentido, la ausencia de formación e investigación inhibe el aporte
confiable que puede brindarle la danza a un colectivo o sociedad, dicho sea de
paso, la historia de la danza está plagada de experiencias en las que cada
pueblo, sobre la base de un mismo conocimiento ha ido progresivamente cambiando
su faz para darle un tinte especial y característico, de allí que hablemos de
“la escuela rusa, o la italiana, o la escuela americana contemporánea, o la
europea, etc.; o siendo más específicos la escuela Graham, Cunningham, Hortom, Limón,
Nebreda...
La
investigación permite abordar el aquí y ahora de una dinámica social específica
mediante distintos cuestionamientos, a fin de definir su propia realidad para
luego someterla al análisis desde diferentes ejes transversales que compiten
dentro de esa misma dinámica. Todo esto conduce a responder, cómo debería ser
un fenómeno en un contexto específico y contribuye a desenmarañar determinadas
interrogantes sobre el lenguaje íntimo y esclarecedor de nuestra identidad.
La
danza, al igual que todas las artes, requiere de esa capacidad expresiva y
auténtica, de ese lenguaje íntimo producto de la reflexión investigadora, de la
determinante necesidad de responder a la
realidad que envuelven nuestras sociedades y las caracteriza, diferenciándolas
y haciéndolas únicas e irrepetibles. Es entonces importante entender cuan
necesario es un proceso de investigación en el ámbito de la danza, la
responsabilidad que involucra la profesión y la ineludible obligación de
transmitirla de forma pertinente y esclarecedora a aquellos que se interesan en
aprender sobre esta maravillosa actividad artística o quienes se encuentran del otro lado de los
escenarios, protagonistas a veces silenciosos o críticos de la creación, de
otra manera, no es otra cosa que simple exhibicionismo y capricho que retrasa
el verdadero deseo de hacer danza en cualquiera de sus expresiones. La danza
debe ser un eje fundamental en la educación de todo individuo, tal es la
experiencia en otros países donde, la danza con denominación de “expresión
artística”, ha sido incorporada en los programas de educación básica y media,
acentuando la validez de la danza como recurso pedagógico en la formación
integral del individuo (ej. México, España, entre otros). En esa línea de ideas
encontramos como una única salida para responder a la responsabilidad que se
solicita a los creadores y maestros de
danza: ¡formar!
Es
de esa manera como la sociedad se vuelve cómplice de sus lenguajes estéticos y
promueve la generación de espacios adecuados para el desarrollo y evolución de
su cultura. Los mejores espacios son siempre aquellos que permiten el completo
desarrollo del individuo; de allí la necesidad de entender los aspectos
tratados con anterioridad de una manera vinculante con el entorno, pues en la
medida que el colectivo se apropie de sus manifestaciones artísticas, éstas
encontrarán cada vez más espacios y aceptación en la sociedad.
La
danza, permite vivenciar los fenómenos sociales y comunicarlos, identifica la
profunda relación individuo y sociedad, construye al ser humano sensible y comprometido
con lo que le rodea y lo convierte en un promotor de los valores de su sociedad,
en clave de Danilo Lasosé, Filósofo y crítico de arte dominicano dice:
“La
relación entre el arte y la sociedad se explica porque el arte es una producción
realizada por un grupo social específico constituido por los artistas como
categoría de profesionales que crean el objeto artístico, el cual para
justificar su existencia tiene que ser consumido por la sociedad. Este objeto
creado por el artistas como individuo concreto que plasma en la obra de arte su
sensibilidad, su pensamiento y los conocimientos técnicos, posee un lenguaje
que es donde nace su capacidad comunicativa, este lenguaje es asimilado y
percibido por la sociedad.”
Estas palabras nos indican
que el hacedor de arte es un profesional que comunica, por lo que también se
debe inferir que para que la sociedad pueda contar con el arte como agente
comunicador y de evolución de los pueblos,
se requiere de la preparación del artista como constructor colaborador
de sociedad, lo que dirige nuevamente el discurso hacia la formación, ¿la
formación en qué…? Y volvemos a redirigir el discurso hacia la investigación
para poder responder los cuestionamientos de la sociedad actual.
La
Danza como se puede entender, no escapa de esas bases, de esas columnas capaces
de sostener valores, de educar para la paz, para el desarrollo de las naciones;
para la preservación de las culturas de los pueblos y su identidad en medio de
los cambios que se producen en su dinámica social, ya que no se puede
desvincular su práctica de la especie humana, ella misma es un producto social,
y como tal, construye al hombre… construye sociedades.
Queda
entonces para la reflexión de quienes han tomado la danza como instrumento de vida preguntarse la forma como
quiere construir sociedad.
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