Texto de Jesús Rubio Gamo para la sección `Hola, soy coreógrafo/a´. Idea y coordinación: Mercedes L. Caballero.

El bailarín y coreógrafo Jesús Rubio Gamo. © Jesús Vallinas

Hola, soy coreógrafo porque la danza es la promesa de un lugar en el que mantenerse a salvo.Imagínate a un niño solo en el patio de un colegio, rodeado de otros niños que deslizan canicas de colores en la arena con un impulso de los dedos y de otros que lanzan balones al aire y de niñas que cantan canciones y saltan una cuerda y de algunos que se agarran de las manos y cogen velocidad y juegan al látigo en un terraplén y sienten el corazón palpitando cuando la cadena está a punto de romperse. Imagínate ese momento en el que las manos se sueltan y los pequeños cuerpos salen cada uno disparado a su suerte. Durante unos segundos nadie sabe dónde va a terminar, se pierde la perspectiva del espacio y no importa quién sea nuestro padre o nuestra madre. El movimiento nos da un instante de descontrol y libertad y cerramos los ojos y sentimos el cuerpo precipitándose, la velocidad nos hace casi iguales, y después caemos y nos damos de bruces contra la tierra y quedamos quietos unos segundos y escuchamos atentos: sí, la vida continúa. Nos llevamos las manos a la cara o a las tibias y notamos, por primera vez, quizá, el abrirse paso de la sangre o la fragilidad de un hueso. Entonces nos miramos un momento los unos a las otras: a partir de ahí ya nunca más seremos las niñas y los niños. Seremos las tontas y los listos, los cabezones y las gitanas, las retardadas y los retraídos, las gordas y las guapas, las marimachos y los tristes, los hiperactivos y los tímidos, los de pura cepa y las extranjeras, las tetonas y los pijos, las mariconas y las desesperadas, las peludas y los enanos; las putas, los fuckers, los lerdos, las frígidas… A partir de ahí ya no habrá para nosotros grandes guirnaldas de niños y niñas cogidas de las manos, ya no habrá fluidez ni inercia descontrolada, y la identidad se nos irá marcando poco a poco en el cuerpo y seguiremos buscando, aun sin saberlo, esa ráfaga que vuelva a erosionarnos un instante, en forma de tripi o parapente, de orgasmo o de poema.

Jesús Rubio Gamo. © Belén Iniesta

La danza es para mí la posibilidad de quedarse a vivir en esa guirnalda primigenia que siempre está licuando las identidades, los territorios, los usos, las tradiciones y los géneros. Es un lugar que nos mantiene vinculados a lo incontrolable, a la inercia, a lo cambiante, a la esperanza de poder permanecer un poco más sin categoría, sin nombre.
Luego llegan las clases, los maestros y los coreógrafos, el público, los programadores, las instituciones… Y toda esa promesa se va desbaratando poco a poco. He llegado a oír a grandes figuras diciendo que los hombres tienen que bailar como hombres. He oído también decir que no tienes el cuerpo necesario. He oído a los guardianes de la danza decir todas las aberraciones en nombre de la danza sin darse cuenta de que la danza se les iba muriendo poco a poco entre los dedos. Pero también me he cruzado con mucha gente que recuerda que algún día estuvo en ese precipitarse al vacío, que fue parte de alguna de las guirnaldas que siempre están pasando en todos los primeros terraplenes, y que sabe conectarte con algo que te da ilusión de nuevo.

`Gran Bolero´, última creación de Jesús Rubio Gamo. © Claudia Córdova

Entonces, tal vez, ser coreógrafo sea la esperanza de recuperar ese momento inicial, de encontrar caminos de vuelta a ese lugar en el que pudimos ser lo que intuimos que queríamos ser antes de que nos dijeran lo que éramos. Quizá sea la búsqueda del cuerpo que no era obstáculo, del cuerpo que todavía era infinitud potencial: el cuerpo que nos permite escapar de la construcción del cuerpo.
Soy coreógrafo porque es como estar enamorado o como tener un lugar hermoso al que volver o como desnudarse en una playa casi virgen los veranos. Es sólo un regalo más de los que la vida te hace a pesar de todo lo que nosotros hacemos con la vida.