Por: Yorgenis Ramírez
1. INTEMPERIE
Un primer elemento que define la espiritualidad de la obra coreográfica de Elio Montiel, específicamente en Sonata, es la intemperie.
No hay nidos ni cuevas. Los intérpretes se mueven en el desnudo radical de la existencia. Apoyan su humanidad en el sinuoso juego del ir y venir, en la satisfacción gozosa de ser, de estar espiritualmente vivos.
Sonata no se esfuerza en mostrar personajes atrapados por una impostura psicológica o máscaras que revelan una sentimentalidad esteriotipada. Se trata de hombres y mujeres inermes, expuestos, cuya vulnerabilidad es espacio de realización.
Salen desnudos a la intemperie. Asumiendo de forma consciente la libertad cósmica que los ampara y auspicia, aprovechando los inconfesados miedos ante la mirada del otro, para barrer la inercia y el tedio que impide asumir el rumbo siempre nuevo de la vida.
No hay templo que resguarde ni ampare. El movimiento de la historia no pacta con cierta esperanza de pasividad terrena, tras las paredes de una arquitectura paternalista y todopoderosa.
No hay dogma que justifique la construcción de un Dios totalizador que asfixie la autonomía del hombre. Ni altares idolátricos desde donde erigir sacrificios.
En sonata, la intemperie es un espacio que invita al desnudo, al desierto donde llamean las desgarraduras, donde brilla la revelación y canta el despojo, y todo accesorio de un yo narcisista es destruido.
Las angustias, afanes, nervios. Los azares, la voluptuosidad. La derrota , el fracaso histórico, en sí: la emocionalidad plural del hombre; son el combustible desde donde se explaya la soberana libertad de los intérpretes de Sonata. Porque el combustible de la obra coreografía de Elio Montiel es la vida misma. Sencillamente porque todo cuanto vivimos nos realiza en lo que somos: seres humanos.
Así devela Montiel su espíritu. Quebrando el juego de los espejismos, los oasis, la sed quemante, la inquebrantable noche y el vertical solar del día con sus esperanzas fallidas; para revelar la vastedad de un espacio que se abre como el universo y dónde todos caben, todos, absolutamente todos. Impidiendo un detenerse fatigado, un cansancio hambriento, una depresión falaz. Se trata de salir, marchar, correr, girar, caer, levantarse... hacer de la intemperie el hogar concreto y simbólico de la soberanía del ser humano en el mundo como único poder.
2. ESPERA.
Vigilar, estar atentos en medio de la espera. La espera como liturgia del alma atenta se presenta como elemento que conforma la espiritualidad de la obra coreográfica de Elio Montiel. Mostrándonos una existencialidad que se apropia de las facultades sensoriales, psíquicas y espirituales, rechazando cualquier intento depresivo que reste gracia y juego al devenir. Se trata de un buscar, de un ofrecimiento de sí mismo. De un estar atentos como placer ante la revelación del misterio de la vida, desde las mismas experiencias que vivimos día a día.
Misterio basado en la necesidad de trascender el cuerpo y ser esa energía sensual que el movimiento, la acción y el gesto convocan, desde su libertad irreductible.
No hay espacio para una esperanza infantil. Hay, en todo caso, una fluidez, una aceptación del paso de la historia. Acaso, una entrega abierta, voluptuosa, lenta, lentísima, de los cuerpos, como ofrenda que propicia una consciencia: contemplar la vida para contemplarse sin saberse contemplando. Y así lograr la santidad de todos los días.
Movernos consiste en desplazar la atención de los mecanismos narcisistas de la vida moderna, centrada en el culto personalista, y girarla hacia la mirada plural que desmonta la enajenación del poder que se esfuerza en imponer su dinámica favorita: la de amos y reos.
Moverse así permite a los intérpretes adentrarse a un juego cósmico, como si exploraran en medio de constelaciones huidizas. Por tanto, la espera en Sonata es un estar atento en medio de la incertidumbre.
Sonata es una coreografía que invita asumir la vida como espacio de lo pleno. A creer en la incertidumbre desde una pedagogía, mistagógica y purificante; esa capaz de adentrarnos en el estudio del mayor misterio del universo: nosotros mismos. Porque somos la senda de un transcurrir dichoso ante el devenir. Un devenir abierto a tomar la experiencia como el dulce ron que nos embriaga.
3. FE.
Toda acción humana es movida por algo en lo que se cree.
Nos desplazamos en el mundo gracias a creer el algo. Algo capaz de despertarnos de la vida gregaria y anestesiada donde nos ha sumido la desvalorización de los procesos sociopolíticos que han hecho de la rutina, una experiencia de moribundo color.
Construir una cotidianidad consciente es parte de hacerse una espiritualidad atenta, es decir, de una fe. Espiritualidad fundada en la experiencia relacional, por encima de los dilemas políticamente correctos de la religiosidad, la política e ideología actual, que asumen el mundo desde su beligerancia progre y cosificadora.
Tener fe es la llama que da sentido al éxodo existencial que es vivir. No hay un norte ideal ni un paraíso prometido. En tal caso, asistimos a la celebración de una fe que se goza en ser expuesta, en darse, desde la más radical desnudez, desde ser lo que se es y no lo que deberíamos ser. Por el lugar es cada uno.
La Fe en Sonata es fe en el ser. Hay un perfume de gratitud que alimenta el fluir de los cuerpos en la intemperie. Por tanto, los intérpretes celebran la vida como el mayor acto de fe que pueden lograr.
El cuerpo es una realidad plena que nos permite el encuentro con el Otro, con el mundo y con el alma histórica, instancia espiritual donde cabe la carne de todos los verbos, porque la humanidad por más individualista que sea, es también un solo cuerpo que se comulga los unos con los otros desde la fe en un mundo más justo, mas digno y más libre.
Experimentar ese encuentro donde se aviva el ser, el hacer, el sentir, el imaginar, el proyectar las intenciones hacia alguna meta definida como bien mayor, es la vía de realización de la vida interior. Si la interioridad tiene un modo de ser en el mundo, es por medio del encuentro vivo con el Otro, encuentro que sólo puede suscitarse mediante una fe fundada en lo relacional. Y por más que quieran reprimirnos y confinarnos, no podrán robarnos tal conquista histórico-existencial, del derecho por naturaleza a la desobediencia que tiene el ser humano.
Somos a partir de aquello que el otro detenta en nosotros y viceversa. La circularidad del eterno retorno donde se hilan todas las experiencias de la vida, están unidas por el eslabón existencial de la fe. No concibo otra forma del ir al encuentro de la danza, de avivar la voluptuosidad de mi alma, sino por medio de la fe. Fe ebria, vibrante, apasionada y rebelde. Fe cuyo atributo es redimensionar el cuerpo por encima de las esferas de la vida industrial, productivista, egótica y ciega, centrada en gestar una creencia irracional en lo humano a partir del valor simbólico que el poder, la obediencia ciega y la represión sistemática han dado a la vida, cosificando al cuerpo como mero instrumento de la más abyecta política deshumanizadora.
Tener fe es divulgar de modo sensible aquello que creemos. Sonata es la realización estética de ese deseo inminente. Pero no una inminencia arrasadora. Lo inminente en Sonata está hecho desde la coexistencia y la mediación. Ese es el modo en que los intérpretes alcanzan trascender sus cuerpos. Así establecen la armonía metafísica entre sus almas, deseos, pulsiones; avivando el reino donde lo imposible brilla, como el vientre de una madre que reúne la mirada de todos sus hijos dispersos por el mundo.
FE ES BAILAR Y BAILAR ES UN ACTO DE DESOBEDIENCIA.
Bailar es un acto de desobediencia.
Yo bailo sobre las ruinas de un país extraviado en su ceguera.
Esa es mi protesta.
Me niego a estar inmovilizado.
A ser cosificado.
A que me digan cómo moverme, ser y vivir.
Yo bailo en legítima defensa para reafirmar el valor de la vida.
Porque bailar es el lugar más democrático que encontré para no dejarme robar la felicidad.